Antagónico resulta el asfalto de carretera que, en la refriega de unas herraduras desgastadas, al unísono tableteo de castañuelas en concierto de dos tonos equinos de un caballo desgastado y de un domado jumento, que al compás de sus movimientos de orejas fijan la medida de velocidad que no cortan los vientos. Ligera brisa les peina, a quien acompaña oxidada armadura y albarda, con dirección a Zaragoza, siempre por donde no molestan ni a coches y camiones, guardando todas las distancias entre el mundo de las prisas y la suave caída de la pluma del ave Phoenix.
-Ah! mi señor, que de dolor de riñones, de llevar siempre la mesma postura en deste mi dócil pollino.
-Sentiros orgulloso, pues sois vos quien monta al burro. ¿Sentiríais los mismos dolores si fueses tú quien caminando y sobre tus hombros llevaríais a tan dócil burro?
-Dejemos lo estar así mi señor, que el contrato entre mi animalejo y yo, no se hizo con letra pequeña que, fue testigo el mismo notario que sirvió entre vos y Rocinante.
-Cierto, pero mis quejas no se entretienen en menudencias ni pelos de ombligo y soluciones baratas que no afectan a propio bolsillo.
-¿De que bolsillo habláis, que yo no tenga conocimiento? que, por no tener ni lo tengo lleno ni vacío, solo cuento con vuestro pagaré de boquilla pa cobrarme su de prometida ínsula.
-Sancho, es costumbre de aquellos que de lo que tienen sin ningún esfuerzo, se presten a dar consejos a quienes realmente sudan el pan con el sudor de su frente. Dicho de otra manera, como dicen y hacen algunos Pepes, sería que, el burro después de su caída, este se le apalee o reciba dos patadas, se le pida que rebaje su sueldo, se abarate su despido y se le exija que trabaje hasta que justo al doblar la esquina, la parca impaciente, le espere con su barba blanca.
-Mi señor, entramos en Aragón, de seguro que, el entuerto esta al doblar la esquina. Por destas tierras andurreó Agustina del Cañón, tengo de entendido.
-Sancho, el apellido que le habéis puesto a la tal señora son primos de rima, que de ruidos ya lo hace el cañón.
-Mire mi señor, que del roce con mi humilde pollino, además del cariño, se me haya pegado la parte del borrico.
-Es natural que se manifieste esa parte animal, porque de allí venimos. Un buen consejo en la vida, siempre es bien agradecido, Sancho, la experiencia parió a la ciencia y esta sazonó el pescado, midiendo los tiempos de los relojes de Dalí.
-Ahora, de me pierdo mi señor, desto, de un buen consejo ¿Sería bueno un muy buen consejo en la vida, mi señor?
-Ni preguntar tiene lo que se presume de buenas intenciones Sancho. Pero he de deciros que, existen personas que necesitan doce o más consejos para sobrellevar una vida, son los menos dotados que necesitan esa muletilla para poder caminar por este mundo tortuoso. Esta chapa oxidada y abollada que me cubre, es de privilegiados enfrentarse a las inclemencias de la vida que, de insignificantes tormentas, huracanes y demás necesidades sientan
envidia.
Siguiendo por dicha carretera nacional en la provincia de Zaragoza, decidieron apearse en una zona de descanso, donde almorzaba un camionero en una mesa de madera un bocadillo, mientras su camión cargado de cerdos y sus alientillos, junto a los ecos de orquesta chirrional, a esta pareja le auguraba cierta emoción.
-¡Mire mi señor! ¡una carreta de cerdos hasta la bandera, de por lo menos quinientos! mire que rebonicos y de tienen la misma cara que mi cerdo ricanor que, allá deje en la chiquera manchega.
-Y, de seguro que usan la misma marca de colonia Sancho.
El camionero añade.
-¡Dejen tranquilos a los cerdos que ahí no se les ha perdido nada!
-¿Nos tomas por unos ladrones carretero?
-¡No!, miren ustedes, es que hay una fiebre que según dice la contagian los cerdos, es tan rápida que traspasa las fronteras en cuestión de horas y las personas se contagian.
-¿Queréis decir, que unos cerdos encarcelados, sin voluntad propia como los que lleváis en vuestro ancho carro, nos han declarado la guerra?
-No, miren, es que es complicado, parece que el virus que la produce muta y es difícil de controlar.
-De osea, que de usa traje del camuflaje, quiere de decir, mi señor.
-Viene a ser algo así como, ese capital que se deposita en una determinada marca o firma comercial que tiene fama, para exprimirla y, una vez succionada, parte de ese capital irá en busca de otra firma y así sucesiva mente, cambiándose de traje, de acuerdo con el clima y costumbres autóctonas del habitad.
-Bien aconsejados están ustedes, caballeros.
-Noble caballero, solo el consejo de la humildad llevamos como equipaje. Para tal fin de enfermedades se necesitan, como mínimo doce consejos, en cambio vos lleváis enjaulados a unos inocentes cerdos como los mismísimos que, son conducidos a galeras y os ordeno que, ¡los pongáis en libertad!
-¡Estáis loco! ¡me vais ha buscar la ruina!
Y, como alma que pierde el diablo, dicho camionero salió pitando con sus guarros.
Haciendo amagos de persecución Quijote y Sancho, perdieron de vista al tal carruaje de cerdos como ellos entendían y, curioso momento se produce justo al paso de uno de esos radares, cuando un vehículo saltándose el código de circulación, el armarito metálico fijado en dicha carretera, dio su fogonazo de fotografía, que Sancho advirtió con el rabillo de su ojo, pero su burro hizo un requiebro y dio un estruendo salto que a Sancho lo derribó. Tanta era la rabia que con una vigueta metálica abandonada, daba buena cuenta del tal radar, que lo deja más abollado que el peto metálico de su amo.
-¿Que pasa Sancho, que la emprendes con lo metálico?
-¡Mi señor! ¡en deste armario metálico, uno de esos malos consejos sa mimetizao con el terreno! ¡y, de mi caída fina, le enseño un poco de humildad!
-Cosas veredes Sancho, cosas veredes y, raro instrumento habéis elegido para tal enseñanza.